El precio de la carne vacuna ha alcanzado niveles históricos en Estados Unidos, con un aumento del 22% en comparación con el mismo periodo del año pasado. Este incremento está presionando los bolsillos de los consumidores justo antes del verano, una temporada clave para las parrilladas y comidas familiares. Las hamburguesas y los filetes, íconos de la cocina estadounidense, costarán más caro debido a esta alza sostenida.

Expertos del sector señalan que empresas como Tyson Foods enfrentan bajos niveles de inventario, mientras que la demanda de carne sigue siendo alta. La combinación de escasez de oferta y fuerte apetito del consumidor ha creado el escenario perfecto para este repunte de precios, que no muestra señales de desaceleración en el corto plazo.

Además del bajo inventario, otros factores están impulsando el alza en los precios, incluyendo la sequía en estados clave para la ganadería, como Texas y Kansas, que ha afectado la disponibilidad de pasto y forraje, forzando a los ganaderos a reducir el tamaño de sus rebaños. Esta reducción de la oferta ha generado un efecto en cadena en toda la industria cárnica, limitando la producción y empujando los precios al alza en el mercado mayorista y minorista.

La situación también está afectando a restaurantes y cadenas de comida rápida, que enfrentan mayores costos operativos al intentar mantener sus menús sin cambios drásticos de precios. Algunas cadenas ya están ajustando sus porciones o subiendo discretamente los precios de sus productos con carne de res para compensar el impacto. Los analistas estiman que si la tendencia continúa, podría haber una disminución en el consumo de carne vacuna, dando paso a alternativas más económicas como el pollo o productos de origen vegetal.

Mientras tanto, los consumidores empiezan a notar la diferencia en sus facturas del supermercado. Muchos optan por comprar menos carne o buscar promociones, pero incluso esas ofertas escasean. Con la temporada de barbacoas en pleno auge, el impacto de esta subida se sentirá con fuerza en los hogares estadounidenses, marcando un verano en el que el clásico asado costará significativamente más que en años anteriores.