Mientras el país sigue conmocionado por la trágica muerte de 221 personas tras el colapso del techo en la discoteca Jet Set, se ha informado, que entre las víctimas no solo eran las que disfrutaban del evento, sino que también algunos formaban parte del equipo laboral del local nocturno.
La tragedia, ocurrida el pasado 11 de abril, dejó un saldo devastador entre los 24 empleados fijos del Jet Set, de los cuales seis fallecieron, uno permanece hospitalizado y los 17 restantes resultaron con lesiones menores o ilesos.
Entre los fallecidos se encuentran:
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Daniel Taveras, camarero.
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Johnny Humberto García, miembro del equipo de seguridad.
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Omar Hogando, seguridad.
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César Mariñez, seguridad.
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Boyer Hernández, camarero.
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Alexander Manuel Mera, camarero.
El empleado Bartolo Reyes continúa ingresado en un centro de salud, mientras sus compañeros y allegados oran por su recuperación.
Este trágico saldo humano afecta profundamente al entorno laboral y de todas las demás víctimas del Jet Set. Muchos de estos trabajadores eran conocidos por su trato afable, entrega y compromiso con el público y los artistas.
El ambiente de dolor se intensifica con otras historias personales que emergen, como la delicada situación de salud del veterano empresario del entretenimiento Fello Suberví, quien enfrenta un conflicto familiar sobre su cuidado, en medio de un deterioro físico severo.
En medio de estas emociones encontradas, surgen también reflexiones colectivas sobre el azar, la fe, el destino y la fragilidad de la vida. Desde el trompetista de Rubby Pérez, quien afirma que “Dios detuvo un muro que venía hacia él”, hasta quienes sobrevivieron por decisiones casuales, como salir a fumar o cambiar de lado en el escenario, el país entero se ha volcado a interpretar la tragedia desde múltiples ángulos humanos y espirituales.
Mientras tanto, el Gobierno dominicano mantiene el luto nacional, agiliza las autopsias y entregas de cuerpos, y ha convocado a una comisión internacional de expertos para esclarecer lo sucedido y prevenir futuras desgracias.
Este capítulo de dolor no solo deja una cicatriz profunda en la música y el entretenimiento dominicano, sino que también resalta el sacrificio silencioso de quienes, noche tras noche, trabajaban para brindar alegría a los demás.



