Los continuos cambios producidos en las leyes educativas a lo largo de todos estos años han tenido un fin común: mejorar la educación. Pero esa inestabilidad legislativa, a su vez, ha sido la prueba de que estos cambios no han dado los resultados esperados. ¿Por qué? Tal vez la respuesta a esta pregunta es más sencilla de lo que parece. Se ha pretendido mejorar la educación, su sistema y los resultados académicos desde una premisa equívoca: dar por hecho que el sistema educativo es únicamente lo que sucede en la escuela. Por ello el intervencionismo realizado todos estos años modificando leyes en el ámbito educativo ha fracasado. Básicamente porque no se han tenido en cuenta otros factores, agentes y elementos  que forman parte, implícita o explícitamente, de nuestro sistema educativo.

No podemos ser tan ingenuos para pensar que de las 24 horas que tiene un día, solo el tiempo que pasa un alumno en la escuela es el periodo en el que éste se está formando y educando. Bien o mal, también educan otros ambientes de la vida de un niño o adolescente. O acaso ¿no educan los padres en casa? ¿No educa la televisión? ¿No educan las redes sociales? ¿No educan los medios de información? ¿No educa una sociedad entera?