Buenos Aires. – Durante más de una década, una pareja de espías rusos vivió en Argentina bajo identidades falsas, como si fueran inmigrantes comunes. Se hicieron pasar por Ludwig, supuestamente nacido en Namibia, y María, de origen griego, y lograron integrarse plenamente en la vida porteña: tuvieron dos hijos, se casaron legalmente y residieron en un apartamento del barrio Belgrano, uno de los sectores de clase media alta de Buenos Aires.
Ni sus vecinos ni siquiera sus propios hijos sabían la verdad. Pero en diciembre de 2022, ya establecidos en Liubliana, Eslovenia, fueron descubiertos, detenidos y finalmente repatriados a Rusia como parte de un intercambio de prisioneros.
Hoy, convertidos en héroes en su país de origen y recibidos con honores por el propio presidente Vladímir Putin, nuevos detalles de su operación secreta han salido a la luz tras la publicación de un libro de investigación en Argentina y una entrevista en la televisión estatal rusa.

Según las autoridades y el periodista Hugo Alconadamón, la pareja instaló antenas en su vivienda y oficina —ambas estratégicamente ubicadas cerca de la representación comercial rusa— y nunca despertaron sospechas, gracias a una vida sobria y discreta. A pesar de que la historia parece un guion de serie de espías como The Americans, es completamente real.
La investigación judicial argentina reveló que el hombre llegó al país por Uruguay en 2012 con documentos aparentemente legales y obtuvo el DNI alegando ser hijo de una argentina, con una partida de nacimiento falsa gestionada de manera cuidadosa para no dejar rastros digitales.
Luego llegó ella desde México. Ambos crearon una vida perfectamente creíble: él se dedicaba a la informática, ella al arte, alquilaron una oficina y hasta registraron a sus hijos con nombres ficticios. En 2017 comenzaron a moverse a Eslovenia, utilizando el acceso sin restricciones que ofrece la Unión Europea.
En 2024, la familia fue devuelta a Moscú como parte de uno de los mayores intercambios de espías desde la Guerra Fría. Al aterrizar, revelaron a sus hijos —por primera vez— sus verdaderos nombres, nacionalidad y misión. Los pequeños, que no hablaban ruso, fueron saludados por Putin en español.
Hoy viven en Rusia, aprendiendo el idioma y adaptándose a su nueva realidad. Según relataron, no sienten remordimientos: para ellos, la familia y la patria siempre estuvieron por encima de todo. Una historia en la que la realidad, sin duda, ha superado la ficción.