El Vaticano ha confirmado este lunes que el Papa Francisco falleció a causa de un derrame cerebral masivo, según el certificado de defunción oficial emitido por la Dirección de Sanidad e Higiene del Estado de la Ciudad del Vaticano. El pontífice, de 88 años, sufrió un ictus que lo llevó rápidamente a un estado de coma, seguido de un colapso cardiocirculatorio irreversible.

El doctor Carlos Ramírez Mejía, neurólogo consultado para explicar el diagnóstico, explicó que el Papa presentaba múltiples factores de riesgo que contribuyeron a lo que definió como “una tormenta perfecta”. Entre ellos, antecedentes de hipertensión, diabetes tipo 2, enfermedades pulmonares, y el uso de anticoagulantes que pudieron haber facilitado un sangrado intracraneal catastrófico. “No es sorprendente que, con este historial clínico, haya fallecido por un derrame cerebral”, puntualizó.

El Papa también había sufrido recientemente una grave sepsis derivada de una neumonía bilateral multimicrobiana, lo que comprometió aún más su sistema inmunológico y su estabilidad cardiovascular. “En situaciones como esa, la sangre se espesa, se alteran los factores de coagulación y se incrementa el riesgo de un evento cerebrovascular severo”, detalló el especialista.

A pesar del carácter trágico de su fallecimiento, el doctor Ramírez destacó que el Papa probablemente no sufrió, ya que el daño cerebral fue tan extenso que perdió la conciencia de inmediato. “Dentro de todo el dolor, puede haber una bendición: se fue de forma rápida y sin agonía prolongada, sin quedar postrado con severos déficits neurológicos”, concluyó el neurólogo.