El término woke ha resurgido con fuerza en el discurso político global, especialmente en las narrativas de líderes como Donald Trump y Javier Milei. Originalmente, la palabra surgió en Estados Unidos en 1931 dentro de la comunidad afroamericana como un llamado a mantenerse alerta ante la injusticia racial. A lo largo de los años 60, el concepto evolucionó hasta representar un movimiento más amplio en defensa de los derechos sociales y la equidad.

Sin embargo, en los últimos años, sectores conservadores han resignificado woke como un término despectivo, asociándolo a políticas que, según ellos, han llevado la justicia social al extremo. Trump y Milei han adoptado esta palabra como una crítica a las políticas progresistas, señalándolas como una amenaza para los valores tradicionales. Milei ha llegado a calificar la “ideología woke” como un “cáncer que debe ser extirpado”, mientras que Trump ha traducido su discurso en acciones concretas contra minorías, como la comunidad LGTBI, a través de órdenes ejecutivas.

En España, aunque el término woke no es tan popular, los discursos de la ultraderecha han adoptado la palabra progre con el mismo significado, denunciando lo que llaman la “dictadura progre”. En ambos casos, la retórica se traduce en recortes de derechos para las minorías y en retrocesos en materia de igualdad social, bajo el argumento de que estas políticas han ido “demasiado lejos“.