Aquí parte del artículo

Cuenta la sabiduría popular que Trujillo decidió evitar la reproducción de los perros realengos.

y para ello contrató un señor a quien pagaría un peso por cada perro castrado.

Por tratarse del “Jefe” el señor no se atrevió a decir que tenía cierta fobia con los perros y aceptó el negocio.

Posteriormente el señor contratado por Trujillo decidió endosar la responsabilidad a un amigo a quien ofreció dos pesos por cada perro que castrara.

Desde aquel entonces se conoce como el negocio del capa perro cuando alguien realiza un acuerdo económico.

En el que a todas luces se observa que va en detrimento de su propia persona.

Algo así ha pasado con el Estado dominicano y el famoso contrato de la Barrick Gold.

La cuestión aquí es que, aparentemente, el temor de nuestros señores congresistas no era a los perros en sí.

Sino a dejar de cumplir las directrices de sus partidos.

Y hoy se presentan ante la sociedad como la perrita de María Ramos que tira la piedra y esconde la mano.