La última tormenta diplomática en un vaso de agua entre República Dominicana y Haití por la represa del río Masacre nació como lo que ha ocurrido siempre entre las dos naciones: falta de entendimiento y sospechas en un momento de dificultades comunes.

La declaración de las dos cancillerías, que invocan los planteamientos del Tratado de 1929 que ya para esa época tomaba en cuenta el uso racional de los recursos hídricos para el bienestar común de los dos países y sus poblaciones fronterizas, tiene vigencia como ayer. Muchos de los problemas fronterizos entre República Dominicana y Haití vienen desde lejos y han sido objeto de descuido por parte de las dos naciones, que no siempre han contado, mayormente la haitiana, con el sosiego de un régimen e instituciones estables.

Haití no ha tenido paz en los últimos años y aun cuando no ha sido el caso dominicano, la pandemia COVID-19 ha sido una razón de completa intranquilidad, de ahí que cuando se publicaron las primeras informaciones sobre las obras del río Masacre, se levantó la sospecha.