La renuncia de Manuel Jiménez del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) marca un hito político en la historia reciente del país. Tras 27 años de militancia, el diputado denunció públicamente que en el partido “aspirar se ha vuelto un delito” y que se ha institucionalizado un modelo donde los derechos se negocian, en lugar de respetarse. “El que quiere aspirar, tiene que conseguir una sentencia para que le reconozcan ese derecho”, expresó con firmeza.
Durante una entrevista, Jiménez explicó que su decisión no fue producto de una coyuntura momentánea, sino de años de lucha interna. “El octavo congreso fue una esperanza que murió en el vientre”, dijo, acusando al partido de perpetuar a sus estructuras mediante acuerdos que violan los estatutos, la Constitución y la ley electoral. Denunció también que los 15 puntos que normaban el proceso interno culminaban con una cláusula que prohibía recurrir a los tribunales, lo que calificó como una violación absoluta de derechos fundamentales.
A pesar de haber librado múltiples batallas internas, incluso con discursos memorables como el de 2013 en el Hotel Lina, Jiménez reconoció que el respaldo dentro del partido nunca pasó del aplauso simbólico. “Uno puede morirse vivo cuando deja de pensar, actuar o concebir la realidad”, sentenció. Su salida refleja un desgaste profundo en la credibilidad democrática del PLD y se convierte en símbolo de resistencia para muchos dirigentes frustrados con la política interna del partido morado.



