La periodista Mabel Enríquez dejó al país estupefacto con su visita al Centro Penitenciario de Najayo, revelando profundas inconsistencias entre el modelo idealizado de “nuevo sistema” y la dura realidad que se vive tras los barrotes. Desde la insalubridad de las áreas comunes hasta la existencia de cocinas ocultas que contradicen los estándares proclamados por las autoridades, el reportaje tocó fibras sensibles. Enríquez fue más allá de la superficie: olfateó, cuestionó, desmontó versiones oficiales y encontró un preservativo usado que el propio parte diario del penal negaba como evidencia.
Además del hallazgo físico, Mabel reveló la puesta en escena orquestada para su llegada. Reclusos alineados como cadetes, todo impecablemente ordenado, un montaje para la prensa que ella supo burlar
Mabel Enríquez destapó las contradicciones del sistema penitenciario con su controversial visita a la cárcel de Najayo. En un recorrido que combinó agudeza periodística y valentía, la comunicadora expuso condiciones insalubres, alimentos indignos y procedimientos cuestionables en el llamado “nuevo modelo” penitenciario. Su hallazgo más perturbador fue un preservativo usado oculto en una zona supuestamente saneada, contradiciendo el parte oficial que aseguraba “ninguna novedad” durante las visitas previas. Este solo elemento bastó para dejar en evidencia una estructura que maquilla la realidad, incluso ante la presencia de cámaras y altos funcionarios.
A pesar de la vigilancia y la puesta en escena institucional, Mabel logró capturar testimonios ocultos de internos sometidos a aislamiento, quienes, a través de micrófonos escondidos, describieron castigos y prácticas que no se reportan oficialmente. Su táctica para burlar la escenografía controlada permitió que se escucharan voces reales desde el encierro, aún a riesgo de poner en peligro a quienes accedieron a hablar. Este tipo de trabajo evidencia no solo profesionalismo, sino también una responsabilidad ética de mostrar lo que se oculta tras los muros penitenciarios, más allá de los informes pulcros y bien redactados.
Finalmente, Enríquez mostró que el problema no es solamente de estructuras físicas, sino de coherencia institucional. Mientras las cámaras grababan instalaciones limpias y formaciones de internos en perfecta fila, por otro lado se filtraban datos como los apenas 700 botellones de agua para más de 1,700 reclusos al mes. Su reportaje se ha convertido en detonante de múltiples debates, obligando a las autoridades a rendir cuentas y al país a mirar, sin maquillaje, las fisuras de su sistema carcelario.



