Cada mañana, Don Ernesto abre las puertas de su hogar para recibir a decenas de pericos silvestres que revolotean sobre los árboles del entorno. Con un silbido amistoso y una rutina bien establecida, los invita a desayunar las semillas que cuidadosamente les prepara. Esta singular relación ha crecido con los años: de unos pocos visitantes pasó a tener bandadas de hasta setenta aves, que llegan dos veces al día a compartir con su anfitrión.

La historia comenzó con Cucu y Kika, dos pericos que se quedaron a vivir con Don Ernesto. Desde entonces, su balcón se ha convertido en un santuario natural donde estas aves encuentran afecto, comida y refugio. Para él, estos animales han sido compañía, consuelo y entretenimiento tras su jubilación. “Yo quiero a ese pájaro más que a un perro”, afirma con ternura. Su compromiso incluye comprar frutas frescas cada semana y respetar su libertad: no los enjaula, solo los cuida.

Según el veterinario Edwin Munir Díaz, la convivencia armoniosa entre humanos y aves, aunque poco común, es saludable cuando hay respeto por el hábitat y la dieta de los animales. También recordó que la captura y comercialización de pericos está prohibida, pues no se reproducen en cautiverio. Por eso, historias como la de Don Ernesto demuestran que se puede convivir con la fauna sin necesidad de encerrarla, con respeto y afecto como única jaula.