En un caso sin precedentes, un padre enfrenta cargos de asesinato en segundo grado relacionados con una masacre cometida por su hijo, Colin Gry. De ser hallado culpable de todos los cargos, Gry podría enfrentar una condena de hasta 180 años de prisión. Según las leyes de Yoya aplicadas en su caso, no es necesario que una persona tenga la intención de matar o herir para ser considerada culpable; simplemente, actuar de manera negligente que resulte en un crimen que cause la muerte o lesión de un menor puede ser suficiente para enfrentar severas consecuencias.
Este es el caso más grave en la historia legal reciente, aunque no es el primero. Jennifer y James Crumbley, por ejemplo, cumplen una condena de 15 años de prisión cada uno por el tiroteo masivo perpetrado por su hijo, Ethan, en una escuela de Michigan. En ese trágico evento, cuatro estudiantes perdieron la vida y siete personas resultaron heridas, incluyendo un maestro. Los Crumbley fueron acusados de comprar la pistola utilizada por su hijo e ignorar los evidentes problemas de salud mental que él padecía.
En las calles, las opiniones están divididas sobre si los padres deben ser responsables de los crímenes cometidos por sus hijos. Mientras algunos argumentan que los padres deben rendir cuentas, especialmente si eran conscientes de los problemas, otros señalan que los jóvenes también aprenden y son influenciados por su entorno.
Los expertos advierten que, si este caso sienta precedente, el número de padres en el banquillo de los acusados podría aumentar. Aunque las leyes que responsabilizan a los padres por los crímenes de sus hijos han existido durante años, la voluntad de aplicarlas en estos casos parece ser algo nuevo.
Patricia Oliver, quien perdió a su hijo Joaquín en la masacre de Parkland, Florida, en 2018, comentó: “Me parece que algo debe hacerse, pero no es suficiente porque el arma sigue siendo el protagonista de todo este drama.” Por ahora, la esperanza es que los padres se conviertan en la primera línea de defensa contra tragedias como estas.