El auge de los feminicidios en República Dominicana sigue dejando una estela de dolor e indignación. Cada vez con más frecuencia, mujeres son asesinadas por sus parejas o exparejas, y la sociedad asiste impotente a una realidad donde el machismo violento se camufla de amor, donde las amenazas se desoyen y donde se sigue usando el término “crimen pasional” como si la sangre derramada fuera consecuencia de un arrebato romántico, y no de un sistema de poder patriarcal sostenido por la impunidad y la indiferencia.

El reciente caso en Moca, donde un hombre de 52 años asesinó a su pareja de 23 y a otras dos personas, es una muestra brutal de cómo se manifiesta esta violencia. Un individuo con historial conflictivo, repatriado desde EE.UU., que presumía de bienes materiales en redes sociales, controlaba a una joven vulnerable que terminó convertida en una víctima más de la posesión y el autoritarismo masculino. Los testimonios hablan de una violencia constante, conocida por muchos, pero ignorada hasta que se convirtió en tragedia. Es urgente que la sociedad dominicana revise su normalización de relaciones desiguales, su silencio cómplice y su aceptación de la violencia como parte del trato cotidiano.

Decir que se trató de un “crimen pasional” es minimizar el horror. No se mata por pasión, se mata por control, por dominio, por ejercer una masculinidad basada en la violencia. Los fiscales, jueces, medios y educadores deben desterrar ese término que maquilla el feminicidio y legitima al agresor. Educar desde la infancia, empoderar a las mujeres, desmantelar el machismo cultural y garantizar justicia efectiva no son tareas opcionales: son la única vía para frenar esta epidemia silenciosa que sigue cobrándose vidas.