El asesinato del doctor Mateo Aquino Febrillet estremeció al país como un disparo en plena tarde. Todo comenzó con una acalorada discusión política en un restaurante de la capital, donde palabras cruzadas se transformaron en golpes y una peligrosa persecución en el parqueo. Las cámaras del 911 captaron el desenlace fatal: Febrillet, exrector de la UASD, cayó herido en su vehículo. Fue trasladado en una ambulancia del Inasit al hospital Marcelino Vélez, pero ya era tarde. El país entero, en medio del estupor, observaba cómo se sellaba el destino de una figura académica respetada, cuyo cuerpo fue entregado a sus familiares en medio de escenas que parecían sacadas de un thriller político.
El velatorio y entierro del exrector se convirtieron en un acto de duelo nacional. Desde la funeraria Blandino hasta el Alma Mater de la UASD, la solemnidad envolvía a profesores, figuras políticas y familiares. El cortejo avanzó en medio del luto generalizado hacia el cementerio Puerta del Cielo, mientras se entonaban cánticos fúnebres y discursos de despedida. Flores blancas, guardias de honor y un silencio conmovedor acompañaron el descenso del féretro al nicho. La memoria de Febrillet quedó sellada con gestos de respeto y el compromiso moral de que su muerte no quedaría impune.
Días después, el Palacio de Justicia de Ciudad Nueva fue escenario de una intensa jornada judicial. Blas Peralta, señalado como autor del disparo, fue trasladado bajo estricta seguridad junto a sus coimputados. Con una ciudad alerta y cercada por fuerzas policiales, el juez José Alejandro Vargas dictó un año de prisión preventiva. La decisión, aplaudida por familiares y simpatizantes, marca solo el inicio de un proceso que la sociedad exige llevar hasta sus últimas consecuencias. En el aire, la pregunta persiste: ¿será este crimen político uno más que la justicia dominicana no sabrá resolver?