Seis meses después del alto el fuego entre Israel y el Líbano, cerca de 90,000 personas continúan desplazadas en condiciones precarias, según datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). La mayoría provienen del sur del país, la zona más afectada por los enfrentamientos, mientras que unas 3,500 personas fueron desplazadas desde los suburbios del sur de Beirut, también gravemente impactados.

Uno de los rostros de esta crisis es Kalil, quien sobrevive en un aula improvisada como refugio, abarrotada con los pocos objetos que pudo rescatar tras la destrucción de su hogar. Como él, cientos de familias viven en albergues temporales o con familiares, sin medios para alquilar una vivienda.

De acuerdo con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), cerca de 60,000 viviendas resultaron dañadas por el conflicto, y al menos el 29% quedaron totalmente destruidas. La lenta respuesta a la reconstrucción y la falta de recursos han prolongado el sufrimiento de miles de ciudadanos libaneses que siguen esperando ayuda para rehacer sus vidas.

Además de las dificultades habitacionales, muchas de las personas desplazadas enfrentan problemas de acceso a servicios básicos como atención médica, educación y empleo. Organizaciones humanitarias han advertido que la prolongada situación de desplazamiento agrava las tensiones sociales y económicas en comunidades que ya enfrentan altos niveles de pobreza y desempleo.

A pesar de los múltiples llamados de agencias internacionales para acelerar los esfuerzos de reconstrucción, el gobierno libanés continúa lidiando con una profunda crisis económica y política, lo que ha limitado su capacidad de respuesta. Mientras tanto, miles de familias siguen esperando soluciones duraderas que les permitan regresar a sus hogares o comenzar de nuevo con dignidad.

Entre tanto, la ayuda internacional ha sido insuficiente para cubrir las necesidades urgentes de los desplazados, y muchos dependen de donaciones esporádicas o el apoyo de ONGs locales. La incertidumbre persiste, mientras las promesas de reconstrucción avanzan con lentitud y el miedo a un nuevo estallido de violencia mantiene en vilo a quienes aún no han podido volver a sus hogares.