El deteriorado estado de la pesca submarina en la República Dominicana ha destapado una cruda realidad que mezcla pobreza, riesgo y abandono institucional. En poblaciones como Río San Juan, decenas de jóvenes —algunos menores de edad— arriesgan sus vidas diariamente sumergiéndose con compresores improvisados y mangueras de aire diseñadas originalmente para pintar, no para respirar bajo el agua. Esta práctica, que se ha convertido en el único sustento de cientos de familias costeras, ha provocado más de 50 muertes según cifras no oficiales, la mayoría por descompresión, fallos respiratorios o negligencia en alta mar.
El caso más reciente es el de Juan Francisco Martínez, un joven de apenas 16 años que murió trágicamente mientras buceaba en el Banco de la Plata. “Subió muy rápido, ya con la boca llena de espuma”, relató su primo, testigo de lo ocurrido. Las familias denuncian que los dueños de los barcos ignoran las condiciones mínimas de seguridad y no brindan ni seguros médicos ni asistencia en caso de emergencia. Muchos pescadores han quedado inválidos, como Henry de Salas Gómez, quien perdió movilidad tras un accidente submarino: “El peso del agua rompió tendones y nervios. Me dejaron abandonado”, lamentó.
Pese a la gravedad, la práctica continúa ante la falta de regulación eficaz, formación técnica o alternativas laborales en estas zonas costeras. Veteranos como Virgilio José Martínez, con más de 40 años en el oficio, reconocen que la competencia por obtener más producto impulsa a los pescadores a sobrepasar los límites físicos, con consecuencias letales. Mientras tanto, las autoridades siguen sin establecer un plan integral para regular los compresores artesanales, garantizar seguridad social a los buzos y evitar que más familias pierdan a sus hijos bajo el mar.