Lo que comenzó como un paseo turístico terminó en tragedia en la bahía de Samaná, cuando una yola con nueve pasajeros zozobró en aguas profundas rumbo al Parque Nacional Los Haitises. El saldo fue devastador: siete vacacionistas perdieron la vida, y solo sobrevivieron la joven Ruth Esther Capellán y el capitán Vicente “Petirio” Núñez. El grupo estaba conformado por profesionales jóvenes de diferentes áreas, que buscaban disfrutar de su país en un viaje que jamás imaginaron sería el último.
Las imágenes difundidas en redes sociales, grabadas apenas cinco minutos antes del naufragio, mostraban a las víctimas sonrientes cruzando la bahía. Sin embargo, la embarcación no contaba con las condiciones mínimas de seguridad: exceso de pasajeros, falta de salvavidas y la decisión de navegar pese a un aviso de mal tiempo. La desesperación de los familiares no tardó en manifestarse cuando comenzaron a recibir la noticia. Con la muerte de siete personas, al menos seis niños quedaron huérfanos, aumentando la magnitud del dolor.
La tragedia ha abierto un debate sobre la responsabilidad del capitán, señalado por ser tío de una de las víctimas, y sobre la falta de controles que permitieron el zarpe. Para muchos, este episodio es un recordatorio de la importancia de cumplir con las normas marítimas y de no desafiar al mar en condiciones adversas. Los Haitises se convirtieron en escenario de una amarga lección: la imprudencia y la falta de precaución pueden costar la vida.