La administración de Donald Trump ordenó un ataque con 59 misiles Tomahawk contra objetivos en Siria, tras la denuncia de un supuesto bombardeo con gas tóxico que dejó al menos 86 muertos, entre ellos 30 niños. La acción militar sorprendió a la comunidad internacional por la rapidez de su ejecución y marcó un giro radical en la postura del mandatario, quien durante su campaña había prometido evitar intervenciones militares en el extranjero.
El ataque ha sido interpretado por analistas como un intento del presidente estadounidense de mejorar su imagen ante el creciente descontento interno. Con una desaprobación del 70% según recientes encuestas, Trump enfrenta el nivel de popularidad más bajo registrado para un mandatario en sus primeros tres meses de gestión, superando incluso los puntos más críticos del gobierno de Barack Obama.
Sin embargo, el bombardeo también reaviva la tensión con Rusia, aliado estratégico del régimen sirio de Bashar al-Assad. Moscú denunció el ataque ante las Naciones Unidas, señalando que Estados Unidos actuó sin pruebas concluyentes ni autorización del Consejo de Seguridad. Expertos consideran que la ofensiva podría tener además un trasfondo político: desviar la atención de las investigaciones sobre los presuntos vínculos entre la campaña de Trump y funcionarios rusos.