Santo Domingo, 30 de julio de 2025 — A pesar de su enorme potencial ecológico y turístico, los ríos Ozama e Isabela continúan hundiéndose en una grave crisis ambiental que se ha extendido durante décadas. Con una cuenca de más de 2,600 kilómetros cuadrados, el río Ozama es uno de los principales afluentes del país, pero hoy representa un símbolo del deterioro ecológico en República Dominicana.

Ambos ríos, nacidos en la montaña Siete Picos de Yamasá, han sido invadidos por asentamientos informales que descargan aguas residuales directamente en sus cauces. La falta de planificación urbana, sumada a la indiferencia de las autoridades, ha generado una acumulación alarmante de lilas acuáticas, indicativo de altos niveles de nitrógeno y fósforo, que amenazan los ecosistemas y hacen cada vez más difícil la vida marina.

Esta semana, el Partido de la Liberación Dominicana denunció públicamente el alto grado de contaminación en ambas fuentes fluviales, advirtiendo sobre los daños irreversibles si no se actúa con urgencia. Pese a esfuerzos puntuales como el saneamiento y el uso de maquinaria para remover lilas, los problemas persisten, afectando incluso la actividad pesquera en la desembocadura del mar Caribe.

Además del daño ecológico, la contaminación también tiene efectos devastadores en la salud de las comunidades ribereñas. Residentes denuncian la aparición de enfermedades en la piel, especialmente en niños, producto del contacto con agua contaminada usada en labores domésticas. “Aquí hay agua sumergible que la gente usa para lavar, y los niños terminan con hongos y sarpullidos”, expresó una vecina.

La contaminación plástica es otro de los males que agrava la situación. Ambientalistas afirman que solo un enfoque integral que involucre al Estado, sector privado y ciudadanía podrá revertir el daño. “No se trata solo de limpiar, se trata de educar, reciclar y prevenir que esta tragedia ambiental siga empeorando”, sostienen.

Mientras tanto, la vida en torno a los ríos Ozama e Isabela continúa entre residuos, abandono institucional y comunidades cada vez más vulnerables. Lo que podría ser un pulmón natural y centro turístico sigue convirtiéndose en un vertedero a cielo abierto que exige atención inmediata y sostenida.