La solicitud pública de apoyo económico realizada por la Miss República Dominicana, Sal García, puso al descubierto las dificultades financieras que enfrentan las concursantes de belleza en el país. Su caso reveló que llegar a un certamen internacional como el Miss Universo no solo exige disciplina y talento, sino también una inversión que puede superar los cinco millones de pesos, una cifra inalcanzable para muchas jóvenes. Vestidos, entrenadores, maquillistas, cirugías estéticas y gastos logísticos convierten estos concursos en un lujo reservado para quienes logran captar patrocinadores o endeudarse.
Humberto Abames expuso que los certámenes de belleza, lejos de ser solo glamour, esconden presiones económicas, promesas incumplidas y denuncias de manipulación. Algunas exreinas, como Karen Yabourt y Yaritza Reyes, han denunciado presuntas irregularidades dentro de las franquicias, incluyendo propuestas indecentes y la falta de compensación económica tras ganar. A esto se suma el contrato obligatorio que obliga a las candidatas a vender boletas —equivalentes a 73 mil pesos por persona— sin recibir beneficios proporcionales, lo que ha llevado a muchos a calificar estos eventos como negocios disfrazados de plataformas de promoción femenina.
Magalys Febles, directora de la franquicia Miss República Dominicana, respondió señalando que en catorce años solo ha recibido apoyo gubernamental en tres ocasiones. Aseguró que la falta de presupuesto estatal limita la capacidad de cubrir los costos de representación internacional, y propuso incluir los certámenes dentro de la partida de promoción turística del país. “Es eso o no participar”, declaró. Pese a las críticas, algunos defienden estos concursos como trampolines para la proyección profesional y social, aunque queda claro que, detrás de la corona, la belleza también tiene un alto precio.