Andry Hernández, un joven maquillador de 32 años, quien fue uno de los 252 venezolanos deportados y retenidos en el Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT) en El Salvador, ha denunciado públicamente haber sido víctima de abuso sexual y torturas por parte de los custodios de dicha prisión. Hernández, quien inicialmente buscaba asilo en Estados Unidos, relata una odisea de detención, deportación y vejaciones que lo han dejado con su “integridad por el suelo”.
La pesadilla de Hernández comenzó en agosto de 2024 cuando, tras huir de Venezuela, se presentó a su cita de inmigración en la frontera de San Ysidro en EE. UU. Fue detenido y, según su testimonio, fue trasladado a una “hielera” (celda fría) y luego a un centro migratorio en Otay Mesa, California.
Allí, un oficial identificado como Arturo Torres lo acusó, basándose en sus tatuajes, de ser pandillero del “Tren de Aragua”. Durante su detención en EE. UU., sufrió acoso, incluyendo una propuesta de sexo oral en un momento de vulnerabilidad. Hernández enfatiza que, a pesar de las acusaciones, oficiales de ICE y del centro de detención mostraban tatuajes similares, lo que consideró una contradicción.
“Desde que ingresé el 29/08 hasta el 15/03, estuve siempre en detención. Nunca, eh, como tal crucé a la calle americana. Nunca vi las calles. Yo nunca estuve libre, todo el tiempo estuve detenido”, relató Hernández, describiendo la angustia de estar preso por primera vez.
La situación empeoró drásticamente cuando fue deportado al CECOT en El Salvador junto a otros 251 venezolanos, a quienes considera “acusados injustamente”. Hernández describe el shock de ingresar a una prisión donde “nunca había estado en una cárcel y el pensar de que se podía armar un motín… o que nos podían agredir… o sea, por nuestra mente pasaron muchísimas cosas… hasta que nos podían llegar a matar. En esa cárcel hay fosa común”.
Dentro del CECOT, los detenidos fueron sometidos a condiciones infrahumanas: rapados, obligados a permanecer en formaciones apretadas donde “nuestro pecho pegaba la espalda de nuestros compañeros”, y recibiendo promesas de colchonetas y alimentos que les eran retirados. “Comíamos totalmente con las manos, con nuestros propios dedos. Les pedíamos a los oficiales que nos dieran cortaúñas”, señaló, mostrando sus uñas en cámara como prueba de la falta de higiene.
La parte más desgarradora de su testimonio es la revelación de la violencia y el abuso sexual que sufrió debido a su orientación sexual. “Soy una persona de la comunidad LGBTBI y los oficiales me morbuceaban. Los oficiales me miraban mis partes íntimas y se mordían los labios”, expresó.
En un incidente particularmente traumático, relató: “Me cacharon y me llevaron para la isla y abusaron de mí. Me colocaron a hacer el sexo oral a un oficial y entre tres oficiales agarraban los rolos y me los pasaron por mis partes íntimas. Y para mí eso fue demasiado devastador. Fue mi integridad como ser humano, como persona de la comunidad bajo al piso”.
Hernández atribuyó esta “injusticia” a las políticas de los presidentes Donald Trump y Nayib Bukele, y agradeció el apoyo de aquellos que se han preocupado por el destino de los 252 venezolanos, esperando que sus nombres sean recordados.