En la República Dominicana la comunicación dejó de ser un servicio público para convertirse en un negocio donde la verdad es lo que menos importa. Aquí no se informa: se negocia. No se analiza: se acomoda. No se comunica: se manipula. Vivimos bajo el “según”: según quién paga, según quién manda, según quién controla el medio… y según lo que conviene a la agenda del momento.
Muchos comunicadores ya no son comunicadores; son voceros disfrazados. La información se convierte en mercancía, y la opinión en una pieza que se compra, se alquila o se silencia según convenga. Empresarios y políticos se reparten los medios como si fueran trofeos, y desde ahí deciden qué verdad merece salir al aire.
¿Y la gente?: La gente recibe un contenido filtrado, maquillado y manipulado. Le venden como “verdad” lo que responde a intereses, y al que no se somete, lo sacan del aire o lo aplastan con campañas.
La microcomunicación tampoco se salva: unos sobreviven callando, otros sobreviven chantajeando. Es la ley del más fuerte, no la del más ético.
Por eso en RD no existe un periodismo íntegro y libre. Existe un sistema que convierte a la sociedad en espectadores de una realidad fabricada por quienes tienen poder. Y lo peor es que algunos nos llaman “borregos” esperando que aceptemos la mentira como norma.
Pero este deterioro no ocurrió de un día para otro. Es el resultado de años de permisividad, de ciudadanos cansados pero resignados, y de instituciones incapaces de proteger un derecho tan básico como el acceso a la información veraz. Mientras la manipulación se normaliza, también se normaliza el silencio de quienes deberían denunciar los abusos.
Aun así, en medio de la distorsión informativa, queda un espacio para la resistencia. Un pequeño grupo sigue apostando por la transparencia, aunque incomode; sigue hablando, aunque le cierren puertas; sigue denunciando, aunque intenten desacreditarlo. Ellos recuerdan que la comunicación puede recuperarse, pero solo si la sociedad exige ética y rechaza la mentira como forma de vida.
La pregunta ya no es “¿quién dice la verdad?”La verdadera pregunta es: ¿quién se atreve a decirla?