El viernes 31 de agosto de 1979, el huracán David, un ciclón de categoría 5, azotó la República Dominicana con vientos que superaban los 240 km/h y lluvias torrenciales, dejando a su paso más de 2,000 muertos y devastando comunidades enteras. Se estima que más de 600,000 personas perdieron sus hogares, mientras pueblos como Sainahuá, Palenque y Sabana de Palenque en San Cristóbal quedaron prácticamente destruidos.
El impacto del huracán fue catastrófico: más del 70% del sistema eléctrico quedó inoperativo, el 87% de la actividad agrícola fue arrasada y numerosos acueductos, incluyendo el de Santo Domingo, sufrieron graves fisuras. La red telefónica también resultó afectada, lo que dificultó la comunicación y la coordinación de ayuda inmediata en las zonas más golpeadas.
El país, bajo la presidencia de Antonio Guzmán, enfrentó uno de los peores desastres naturales de su historia reciente. A 46 años de aquel suceso, la memoria colectiva dominicana aún recuerda la magnitud del daño y la resiliencia de quienes sobrevivieron. La tragedia de David se mantiene como un recordatorio de la vulnerabilidad ante fenómenos naturales y la importancia de la preparación ante emergencias.
El huracán David no solo dejó destrucción material, sino también un profundo impacto emocional en la población. Familias enteras perdieron a sus seres queridos, mientras otras quedaron desplazadas y obligadas a reconstruir sus vidas desde cero. La solidaridad se convirtió en la principal herramienta para enfrentar la emergencia, con vecinos y comunidades uniendo esfuerzos para brindar ayuda a los más afectados.
La respuesta del gobierno y las organizaciones de socorro incluyó la distribución de alimentos, medicinas y refugios temporales, aunque las limitaciones logísticas y el alcance de la devastación dificultaron el proceso. Muchas áreas permanecieron aisladas durante días, lo que retrasó la asistencia y dejó en evidencia la necesidad de fortalecer la infraestructura y los planes de emergencia ante desastres naturales.
A cuatro décadas y media del paso de David, el país ha desarrollado sistemas de alerta temprana y programas de prevención para minimizar el impacto de futuros huracanes. Sin embargo, la tragedia sigue siendo un hito histórico que recuerda la vulnerabilidad de la República Dominicana frente a fenómenos naturales y la importancia de mantener una cultura de preparación y resiliencia ante la fuerza de la naturaleza.