Con una misa multitudinaria en Torvergata, el Papa León XIV clausuró el jubileo de las juventudes católicas ante más de un millón de jóvenes provenientes de todos los rincones del mundo. En un ambiente de profunda emoción y bajo el sol romano, el pontífice instó a los presentes a no temer aspirar a la santidad y a dejarse transformar por la luz del Evangelio.

Durante la homilía, el Sumo Pontífice dirigió un emotivo mensaje a los jóvenes: “No teman dejarse encender por la luz del Evangelio. El mundo necesita su fe, su valentía y su esperanza”. Asimismo, evocó con firmeza a los afectados por los conflictos bélicos en distintas partes del mundo, pidiendo a los asistentes ser “instrumentos de paz y puentes de reconciliación”.

Las jornadas estuvieron marcadas por momentos de intensa espiritualidad, como la adoración eucarística del sábado por la noche, cuando León XIV se arrodilló en silencio ante el Santísimo Sacramento. Jóvenes como un peregrino mexicano, visiblemente conmovido, compartieron testimonios de fe: “Hoy se ha encendido mi vocación, quiero ser sacerdote”.

El evento, que duró seis días, combinó oración, música, caminatas y convivencia. León XIV hizo su primera aparición el sábado por la tarde, recibiendo a los jóvenes con palabras de esperanza y cercanía. Su presencia constante durante la semana convirtió el jubileo en una experiencia transformadora para miles.

Desde las primeras horas del lunes, los peregrinos comenzaron a regresar a sus países, llevando consigo el compromiso de ser “luz en medio del mundo”. Así concluye uno de los momentos más vibrantes del Año Santo, con la juventud católica como protagonista de un mensaje claro: la esperanza no decepciona.

En su discurso final, el Papa también destacó la importancia de escuchar el llamado interior que cada joven lleva en el corazón. “La verdadera revolución comienza en el alma”, afirmó, animando a los presentes a vivir con coherencia, a no conformarse con una vida superficial y a ser testigos vivos del amor de Cristo en sus comunidades. Este mensaje fue recibido con entusiasmo, aplausos y lágrimas por miles de jóvenes que coreaban su nombre en diferentes idiomas.

El jubileo no solo fue un evento de fe, sino también una muestra de la diversidad y unidad de la Iglesia. Delegaciones de los cinco continentes compartieron experiencias, culturas y tradiciones en un clima de fraternidad y alegría. Para muchos, esta semana en Roma marcó un antes y un después en su camino espiritual, avivando vocaciones y reafirmando su compromiso con una vida entregada al servicio de los demás.