Mauricio Vilanova, alcalde de San José Guayabal en El Salvador, se ha ganado el apodo de “el sheriff” por su particular forma de enfrentar a las pandillas. Con chaleco antibalas y ametralladora en mano, patrulla junto a la Policía Nacional Civil en un operativo permanente que, según datos oficiales, ha logrado mantener al municipio con cero homicidios y sin denuncias de extorsión en lo que va del año. Su figura se ha convertido en un símbolo de autoridad, aunque asegura que su vida está bajo amenaza constante.

El edil cuenta con un archivo detallado de los cabecillas locales: alias como “pancito”, “aguacate” o “calavera” figuran en su registro de capturados. “Si me toca elegir entre la vida de un pandillero o la mía, yo voy a defender la mía”, afirma con contundencia. Su estrategia no se limita a la represión: la alcaldía impulsa programas sociales que buscan evitar que jóvenes ingresen a las pandillas, trabajando directamente con familias en riesgo.

Los habitantes del municipio reconocen el esfuerzo y aseguran que por primera vez sienten tranquilidad en sus calles, al punto de celebrar el Festival de la Guayaba sin temor. Sin embargo, la violencia no desaparece del todo: un día después de una visita periodística, un agricultor fue asesinado en circunstancias que recuerdan que las pandillas aún representan una amenaza latente. Vilanova insiste en que no puede bajar la guardia: “Al más mínimo descuido, ellos vuelven a implantar el terror”.