En pleno corazón de Santo Domingo, entre el bullicio de la avenida 27 de Febrero y la Doctor Delgado, un rostro poco común en la faena diaria de los motoconchos llama la atención. Se trata de Dalibor Ristic, un inmigrante serbio que ha encontrado en esta actividad una forma de subsistir lejos de su tierra natal. Originario de Serbia, un país europeo de alto desarrollo humano, Ristic llegó al Caribe buscando un cambio de vida, motivado por la curiosidad y el clima tropical, tras años marcados por tensiones políticas y económicas en su nación.
Con un motor como herramienta de trabajo, Dalibor recorre la ciudad en busca de pasajeros, ganando entre 100 y 1,000 pesos diarios, según la demanda. Aunque los ingresos no siempre son estables, le permiten sobrevivir y, en ocasiones, enviar algo de dinero a su hijo de tres años que vive en Serbia. Su rutina se desarrolla en compañía de amigos como Anes Godia, un haitiano que le ha ayudado a perfeccionar el español y con quien comparte no solo el espacio laboral, sino también las dificultades y satisfacciones de trabajar en las calles de la capital dominicana.
Para este europeo, el motoconcho no es solo un medio de sustento, sino una puerta a nuevas relaciones y experiencias. Vive junto a su pareja haitiana, a quien conoció durante el plan de regularización de extranjeros, y asegura sentirse atraído por la calidez y cercanía de la gente en República Dominicana. Aunque Serbia queda lejos, y su realidad actual es distinta a la que imaginó, Dalibor dice no tener planes de regresar pronto: el calor, la alegría y la tranquilidad de este país lo han convertido en su nuevo hogar.