Un acto de violencia extrema ocurrió en el sector Los Ruices, Venezuela, cuando un grupo de personas intentó linchar a un hombre acusado de cometer un robo minutos antes. El sujeto, identificado como Roberto Fuentes, de 42 años, fue brutalmente golpeado, rociado con gasolina y prendido en fuego ante la mirada de decenas de vecinos, mientras yacía herido en el suelo. Según testigos, Fuentes había agredido a un anciano para despojarlo de su dinero, provocando la furia colectiva de la comunidad. Aunque algunos residentes intentaron auxiliarlo, las autoridades policiales nunca llegaron a la escena. Tras ser llevado al hospital con quemaduras en el 70% de su cuerpo, el hombre logró escapar aprovechando la falta de custodia.
El caso, documentado por la periodista Angélica González, evidencia un fenómeno creciente en el país: los linchamientos como respuesta a la delincuencia y la impunidad. En Los Ruices, se han registrado al menos diez linchamientos en los últimos 30 días, un reflejo del colapso institucional y el hartazgo de los ciudadanos. “La gente está hostinada”, declaró uno de los vecinos, mientras otro confesó que no apoyan la violencia, pero entienden el desespero de una población que no se siente protegida. El miedo, la frustración y la impotencia han empujado a muchos a tomarse la justicia por mano propia.
Organismos defensores de derechos humanos han condenado estos hechos, advirtiendo que el aumento de la violencia colectiva no solo vulnera la ley, sino que demuestra el grave deterioro del sistema judicial y de seguridad en Venezuela. Mientras tanto, los ciudadanos enfrentan cada día un dilema moral: callar o actuar. “Esto no es justicia, es barbarie”, comentó una vecina que prefirió no ser identificada. Pero en una nación donde la justicia tarda —o nunca llega—, para muchos la desesperación ya ha cruzado el límite.