El martes 24 de noviembre, la calle Moisés García, frente al Palacio Nacional, se convirtió en escenario de una de las imágenes más desgarradoras y contradictorias de los últimos años. Mientras decenas de ciudadanos exigían justicia por el suicidio del arquitecto David Rodríguez, víctima de corrupción y extorsión en la OISOE, las fuerzas del orden respondían con violencia desmedida. A escasos metros, en contraste surrealista, se encendía el arbolito navideño del Palacio. La República, iluminada por fuera, golpeada por dentro.

Franklin Guerrero, con su estilo visual y narrativo crudo, documentó el desarrollo de la protesta que comenzó de forma pacífica, con ciudadanos tomados de las manos, pancartas y consignas frente a la institución que consideran símbolo de impunidad. Entre ellos, figuras como Mario Vergés, la periodista Socorro Monegro y el defensor de derechos humanos Manuel María Mercedes. Lo que siguió fue una demostración de fuerza por parte de agentes policiales armados con fusiles de alto calibre, vallas metálicas y una orden clara: disolver, golpear, intimidar.

El general Rommel López, en evidente desconcierto, optó por la violencia como respuesta. Entre los agredidos estuvieron ciudadanos de edad avanzada, profesores, activistas, periodistas, e incluso esposas de manifestantes. Claudio Camaño hijo fue arrastrado por el asfalto. A la periodista Socorro Monegro, un oficial encapuchado le lanzó gas pimienta directamente al rostro. El defensor Manuel María Mercedes fue esposado, arrastrado y pateado. La escena parecía salida de una dictadura que se niega a reconocer su reflejo en el espejo de la represión.