Una peligrosa tendencia está fuera de control en República Dominicana: cientos de jóvenes, en su afán por aparentar estatus social, se colocan aparatos de ortodoncia en plena calle sin ningún control médico. La práctica, que se extiende por barrios populares de Santo Domingo, se realiza en improvisados “consultorios” ambulantes, donde los instrumentos son extraídos de latas, los guantes se reutilizan, y los adhesivos empleados son pegamentos para uñas.

Emerson Santos, un joven de 22 años que admite haber cursado solo tres meses de odontología, instala frenillos dentales a plena luz del día y sin regulación sanitaria. “En la calle me inventé pilas de diseños que le han gustado a la gente”, asegura. La Sociedad Dominicana de Ortodoncia califica esta práctica como una aberración, advirtiendo sobre el riesgo de contagio de enfermedades mortales como hepatitis B, VIH y tuberculosis, así como daños permanentes en dientes y huesos maxilares.

Aunque la ley prohíbe expresamente este tipo de intervención médica sin licencia, no existen reportes de detenciones ni operativos para detener la proliferación de estos llamados “dentistas callejeros”. El tratamiento formal de ortodoncia cuesta desde 2.000 dólares, cifra inalcanzable para muchos jóvenes de sectores humildes que optan por la moda, a costa de su propia salud.