La semana transcurrió como prolongación de un escándalo que sacude las fibras del Estado: el caso OISOE. El suicidio del arquitecto David Rodríguez en un baño de esa oficina, motivado por extorsión y deudas impagables, desató una ola de denuncias sobre corrupción en la construcción de escuelas públicas. En su carta póstuma, acusó a funcionarios por estafa. El proceso judicial inició con la prisión preventiva de tres implicados, mientras figuras como Florencio y Pimentel Caret, señalados como beneficiarios del desfalco, comparecían ante la fiscal Guerrero Pelletier, flanqueados por abogados y flashes de prensa. Afuera, el pueblo pedía justicia.
Mientras tanto, el presidente Danilo Medina se reunía con su homólogo haitiano Michel Martelly en el aeropuerto de Barahona, un encuentro que pasó sin mayores logros, dejando en el aire la tensión por la veda comercial y el trato a ciudadanos haitianos. El gesto protocolar de armonía no logró ocultar el rostro serio del presidente dominicano ni las frustraciones diplomáticas que aún persisten. Mientras los mandatarios almorzaban y posaban, en las calles los reclamos sociales hervían.
El cierre de la semana estuvo marcado por la represión frente al Palacio Nacional y la sede de OISOE. Manifestantes que exigían justicia fueron dispersados con gas pimienta y armas largas. Jovencitos con sombrillas amarillas enfrentaron con carteles el blindaje del Estado. La desigualdad del enfrentamiento simbolizó no solo la violencia institucional, sino el clamor de una ciudadanía cansada de ver cómo se pisotean derechos, mientras los culpables de cuello blanco reciben trato VIP. La protesta no es solo contra la corrupción, sino contra un sistema que olvida a sus muertos.