La residencia ubicada a las afueras del penal del Altiplano, en el Estado de México, se convirtió en pieza clave de una de las fugas más cinematográficas de la historia criminal reciente. Desde allí emergió Joaquín “El Chapo” Guzmán tras escapar a través de un túnel subterráneo de más de 1.5 kilómetros de longitud, completamente iluminado, ventilado y con rieles.

Contrario a lo que muchos imaginarían, la casa no tenía lujos. Era una construcción sencilla, sin terminar, ubicada en una zona aparentemente rural. Su aspecto modesto la hacía pasar desapercibida, pero en su interior albergaba la salida del túnel perfectamente calculado que conectaba con la celda 20 del capo. En el suelo del baño de esa casa, cubierto con una losa removible, se encontraba la boca del túnel. Desde allí, El Chapo emergió tras su fuga nocturna, sin que nadie notara nada en días previos.

Los vecinos, al ser interrogados, afirmaron no haber visto movimiento sospechoso, aunque las investigaciones revelaron que se excavaron toneladas de tierra con maquinaria pesada sin alertar a las autoridades. La casa fue abandonada inmediatamente tras la fuga, y desde entonces, quedó marcada como el símbolo final de la gran evasión del narcotraficante más temido de México.