En los primeros seis meses de este año, la violencia ha marcado profundamente a muchos. “Mucha gente ha fallecido en actos de violencia policial, violencia racial”, comenta Franklin. Sin embargo, para él, estos tiempos turbulentos fueron el motivo para buscar refugio en la sencillez y la tradición arraigada de Yamasá.

Decidido a alejarse del caos y la violencia, Franklin se embarca en un viaje hacia Yamasá, un lugar donde las misas de la iglesia y los bautizos aún se celebran con fervor. El domingo 8 de junio, deja atrás la capital y cruza el Puente Bosque al amanecer.

Al llegar a Yamasá alrededor de las 9 de la mañana, es recibido por el bullicio de la comunidad que ya se congrega en la iglesia del pueblo. La atmósfera está impregnada de devoción, con niños esperando la comunión y familias enteras reunidas para los bautizos.

La ceremonia es un espectáculo de color y fervor, con banderas ondeando y jóvenes alineados en el centro del templo para recibir el sacramento del bautismo. Las familias, de piel oscura y radiante, esperan emocionadas junto a la pila bautismal para iniciar esta importante etapa en la vida de sus hijos.

Después de la misa, la procesión se extiende por las calles de Yamasá. Los comisarios del Santo Cristo encabezan la marcha, seguidos de cerca por el rey y la reina del pueblo, luciendo coronas de flores.

El momento culminante llega cuando la procesión llega a la casa-taller de los Guillén, una familia venerada por su devoción al San Antonio Negro. Aquí, se arrodillan ante la imagen sagrada, uniendo sus oraciones y esperanzas.

La celebración continúa con tambores y marimbas, marcando el ritmo de la devoción y la alegría compartida. Las cruces decoradas con papeles de colores esperan a los devotos, quienes se arrodillan con fervor y entusiasmo ante estas representaciones sagradas.

La jornada transcurre con bailes, cánticos y sabores tradicionales. La guitarra retumba mientras los cuerpos se mueven al compás de la música. Los visitantes se sumergen en la cultura y la historia de Yamasá, admirando las obras de la familia Guillén y saboreando los manjares locales como cocos, mangos y miel de abejas.

No podría faltar la visita al altar mayor, dedicado al San Antonio Negro, donde la devoción de la comunidad brilla con intensidad. Franklin, inmerso en este mundo de tradición y espiritualidad, se despide con gratitud y renovación en el corazón.

Así concluye un domingo de junio en Yamasá, un día lleno de fe, música y la calidez de una comunidad unida en su devoción al San Antonio Negro. En tiempos de incertidumbre y agitación, Yamasá se erige como un faro de esperanza y tradición arraigada en la República Dominicana. Una lección de paz y resiliencia en medio de la turbulencia del mundo moderno.